sábado, 20 de febrero de 2010

Plática con Jon Sobrino

Brazos cruzados y gesto serio. Así ha transcurrido la primera parte de esta larga entrevista. Hoy es 8 de diciembre de 2008, día en el que el sacerdote jesuita vasco-salvadoreño Jon Sobrino al fin ha accedido a sentarse a platicar con un periodista de La Prensa Gráfica, uno de los periódicos más influyentes de El Salvador, pero también uno de los más afines al gran empresariado y a la derecha rancia, y uno de los que durante la guerra civil más contribuyeron a enconar el conflicto.

“Sin duda que hubo conflicto armado –me ha dicho Sobrino al inicio de esta conversación–, y guerra… pero antes de todo eso hubo represión pura y dura, ¿eh? Pura y dura. Yo no digo que la izquierda no ha pegado tiros, pero lo de la derecha era matar por matar. Yo, cuando hablo de aquello, siempre diferencio las cosas. Y entonces, El Diario de Hoy, La Prensa y los otros medios mentían, pero de una manera escalofriante, escalofriante. De Monseñor Romero decían que había vendido su alma al diablo. Del padre Ellacuría decían que era de ETA. Pero así, escalofriante, por eso la reacción todavía de mi generación, cuando se mencionan aquellas cosas, y no es por usted, ya te dije, y espero que te haya quedado claro que no es nada personal ni nada de eso, pero es que esto ha sido, como han dicho analistas del continente, la oligarquía salvadoreña ha sido quizás la más cruel del continente, que se dice pronto.”

La cita es en su despacho, en el Centro Monseñor Romero de la Universidad Centroamericana (UCA). Está a apenas unos pasos de donde el Ejército salvadoreño asesinó a Ignacio Ellacuría, a otros cinco jesuitas, a la empleada doméstica y a su hija. La habitación es pequeña, sencilla y está llena de libros. Sobrino suma casi ocho largas y agitadas décadas de vida, una vida sobre la que se ha escrito mucho, pero sobre la que también falta aún mucho por escribir, como su paso por la Cuba de Batista y de Fidel.

—A El Salvador usted viene en el 57, con 19 años, pero rápido se fue del país.
—Lo que ocurrió –responde– es que yo en 1958 salí a estudiar porque en este país no había la posibilidad de hacer los estudios típicos de los jesuitas, que son humanidades, filosofía, teología…
—¿A dónde fue a estudiar?
—En el 58 fui a Cuba. Y si quieres poner algo, pero no hace falta que lo saques en el título, yo estaba allí cuando Fidel Castro bajó de las montañas el 1 de enero de 1959…
—Que ahora se cumplen los 50 años.
—Sí, exactamente. En Cuba estuve dos años, aprendiendo latín, griego y literatura.
—O sea, vivió los primeros años de la Revolución.
—No, no los viví, pero estaba allí. En primer lugar porque la Revolución no se hizo nada más llegar; y en segundo lugar, nosotros éramos jóvenes, y en mi caso, y en el de casi todos, sin capacidad conceptual para entender qué es lo que estaba pasando. Yo lo que recuerdo es que la mayoría decía que qué bueno que Batista se había ido, porque ese era un dictador de los grandes de aquí, como Trujillo en Dominicana o Somoza en Nicaragua…


(Fotografía de Francisco Campos)

2 comentarios:

  1. No sabía de su paso por Cuba de esos años. Me alegra leer la humildad con la que reconoce que no sabía lo que estaba pasando. Gracias por esta plática que vas compartiendo por entregas, no?

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  2. Sobrino da una indicación valiosa en ese primer párrafo que transcribes. La derecha actual realiza equiparaciones relativistas envenenadas, solo dirigidas a autoexculparse de la barbarie que fomentaron y dirigieron. En España pasa igual: todos malos, todos pegaron tiros, era una lucha fraticida en la que todos eran culpables. Qué más da que el golpe de Estado lo diesen unos, que esos mismos tuviesen a sus espaldas, desde los años de ISabel II, un largo historial de asonadas militares y represión, que esos mismo tuviesen en su haber el triple de víctimas que el bando republicano, y qué más da que dirigiesen una dictadura donde se continuó reprimiendo y matando. Todo eso no importa, borremos el pasado porque todos éramos muy malos y miremos a un futuro desde un presente en el que siguen gozando de una posición privilegiada gracias a ese uso arbitrario de la violencia del que habla Sobrino...

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