martes, 27 de julio de 2010

Por la boca muere el pez



La idea promete: demostrar que el uso correcto de la lengua española no tiene que estar relacionado siempre con lo aburrido. Para ello, en unos minutos cuatro reconocidos lingüistas se subirán a una tarima, sin que lo suyo sea subirse a tarimas de bares, e intentarán, armados con sus ocurrencias, algo tan difícil como lograr la aprobación del público. El grupo lo encabeza Alberto Gómez Font, un hombre a un bigote pegado que es el coordinador general de Fundación del Español Urgente. Lo secundan otros dos españoles –Xosé Castro y Antonio Martín– y el mexicano Jorge de Buen. Los cuatro visten igual: idéntico sobrero de paja, idéntico pantalón tirando a oscuro e idéntica guayabera radiante. Quizá alguien les engañó con que ese es el atuendo típico salvadoreño. Hoy es un viernes de julio, cae la noche y esto es La Luna, uno de los pocos lugares de la capital que intenta combinar, como si fuera un cóctel, cultura y diversión. El público somos pocos.


—Allá donde vamos –se arranca Jorge de Buen, que en la cortísima velada resultará el más dicharachero– se califica la lengua como algo complejo, algo enredado, algo que requiere mucho conocimiento. Pero nosotros pensamos que la lengua tiene que ser divertida porque nosotros, al menos, nos divertimos… Con el idioma… Aunque la lengua también nos divierte muchísimo, pero, eh…


Las intervenciones se suceden y sirven para que nos enteremos de que no es lo mismo un Martini dry que un dry martini; que margarita, negroni y burdeos se escriben con minúscula cuando se refiere a las bebidas, como cerveza; que el whisky o el ron no son licores sino aguardientes; o que vodka significa agüita en ruso.


—¿Y yo qué puedo decir? –toma la palabra Xosé Castro, copresentador del programa de Televisión Española Palabra por palabra, y quizá por eso el más suelto de todos– Que la gente no relaciona alcohol y cultura, cuando en realidad están estrechamente relacionados. Yo me hago más culto cuanto más bebo, e incluso puedo hablar varios idiomas. Y quizás las conversaciones más interesantes que he tenido con esta gente –y señala con la mirada a sus colegas– han sido bajo los efectos del alcohol.


Sin tiempo suficiente para que el trago que les ha preparado Gómez Font haga su efecto, Castro se mete solito en los pantanosos terrenos de la corrección política.


—Y hay otra cosa curiosa con el alcohol, y es que, por ejemplo, en el Magreb, en el norte de África, hay muy buenos alcoholes, muy buenos aguardientes, pero todos son judíos, dado que los musulmanes no son muy dados a beber alcohol. Si bebieran un poquito más, a lo mejor nos iba mejor en muchos aspectos, pero las grandes bebidas alcohólicas del norte de África son de destilerías judías.
—No entiendo esa parte –interviene De Buen– de que si bebieran alcohol, estaríamos un poco mejor.
—¿Tú no estás un poco mejor cuando bebes alcohol? –pregunta Castro, como quien pide la hora.


Nadie ríe. De Buen prefiere zanjar el tema con una mirada, consciente quizá de que esto no es una plática entre amigos, de que esto una actuación pública, en un bar público, con público.

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