Rompo por completo con el tono de los microrrelatos que dan vida a este blog, pero lo hago, creo, con causa justificada: alguien a quien admiro, la cronista argentina Leila Guerriero, acaba de ganar con una crónica titulada “El rastro en los huesos” el premio mayor de la Fundación Nuevo Periodismo Latinoamericano (FNPI), el más prestigioso de cuantos se entregan en el continente.
Conocí a Leila a finales de agosto de 2007, en un modesto taller sobre periodismo narrativo impartido en Ciudad de Panamá. Caí en sus brazos por casualidad. Nunca antes había oído hablar de ella, y disfruté sus textos por primera vez cuando nos los hizo llegar en los días previos al encuentro.
Fue un taller de apenas dos días, pero no exagero si afirmo que conocer su concepción del periodismo supuso un antes y un después en mi manera de entender esta profesión y, por extensión, de entender toda mi vida. Hasta que la conocí estaba convencido de que los tres ingredientes diferenciadores del buen periodista eran manejar un buen abanico de fuentes, saber cuestionar con argumentos a las autoridades y tener en la agenda de fuentes voces cualificadas y alternativas al discurso oficial. Con Leila aprendí que es mucho más importante –y gratificante– elegir una buena historia, reportearla hasta la saciedad e invertir todo el esfuerzo y el talento posibles para dignificar el texto que firmamos. No se trata de alargar esto, pero sin Leila de por medio en El Salvador no existiría una revista de periodismo narrativo como lo es el dominical Séptimo Sentido, ni habría escrito el pequeño puñado de historias de las que me siento satisfecho, ni seguramente yo habría renunciado a La Prensa Gráfica, ni en la actualidad trabajaría como freelance, ni se estuviera gestando el primer libro de crónicas periodísticas escritas en y sobre este país. Ni siquiera existiría este blog.
Leila es una gran cronista, pero decir eso de alguien que acaba de ganar el premio de la FNPI es perogrullada. Iré un poquito más allá. Dentro del no tan amplio abanico de cronistas latinoamericanos reconocidos, Leila ofrece algo que pocos pueden ofrecer. Entre los cronistas hay virtuosos del lenguaje, verdaderos magos con una mirada incisiva y capaces de sacar una buena historia de una habitación blanca y vacía. Hay también otro grupo de cronistas que saben elegir bien sus historias y que las reportean con tanta rigurosidad que paren relatos brillantes basados en lo sorprendente de sus averiguaciones. Leila se mueve como pez en el agua en ambos terrenos, y los conjunta de forma magistral, con creaciones tan perfectas que muchas veces para el cronista amateur resultan frustrantes por inasequibles. Pero si hubiera que ubicarla en un bando, sería en el de los reporteros exhaustivos más que en el de las plumas privilegiadas, aunque una primera lectura de sus crónicas invite a pensar lo contrario.
Leila es una de las grandes del periodismo latinoamericano, y este premio (aunque intuyo que tiene su dosis de fetidez tras bambalinas, como casi todos los premios) viene a tapar muchas bocas y a poner a mucha gente en su lugar. Lo ha ganado la mejor. La maestra.
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Dejo para los interesados tres enlaces a crónicas suyas: