viernes, 7 de enero de 2011

La gasolinera

A simple vista, es una gasolinera más: seis bombas con sus mangueras y sus colores para diferenciar los combustibles. A un costado, la tienda mil-usos donde se puede comprar desde un café o una soda hasta preservativos. Es esta una fría mañana de diciembre, y en este momento nadie compra ni nadie reposta. Solo se ve, enfundado en un llamativo overall, a un empleado con poco pelo. Parqueo el carro pegado a una de las bombas, salgo, miro al interior de la tienda y, al ver que no hay nadie, subo la voz para que el empleado me oiga.

—¿Cómo funciona esto? ¿Dónde se paga?
—Sírvete y luego pagas adentro.

Fuleo el tanque y entro a pagar. Me he servido sin antes entregar documentos ni pagar ni un peso. El mismo empleado, que ahora compruebo que ronda los 30 pese a la calvicie, está ya adentro. Cancelo y me retiro.

Todo encaja, pienso: Petronor y no Texaco o Shell, me he servido litros en vez de galones, he pagado en euros, el frío que hace es inconcebible para el Trópico, como la alopecia casi juvenil del empleado, y, sobre todo, la confianza -repito: la confianza- como la piedra angular de las relaciones entre iguales. Definitivamente, no estoy en El Salvador.


Fotografía: internet

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