jueves, 16 de junio de 2011

Morir en Bluefields

El cuerpo de Pen-Pen todavía está dócil; hace apenas seis horas aún respiraba. Lo tienen sobre una camilla metálica, envuelto como Jesucristo en una sábana blanca, aunque la sangre que sale por los orificios de las balas comienza a teñirla de rojo. La madre, María, está sentada cerca del cadáver, quizá demasiado para una madre. Los grandes rulos en su cabello blanco dejan entrever lo inesperado y lo intempestivo de esa muerte.

La casa es humilde, de madera como se estila en el Caribe. Además de la madre, la habitación está llena de familiares, de amigos, de curiosos. Todos son negros. Casi todos son jóvenes. El silencio se vuelve más silencio cuando en la puerta aparece uniformado el comisionado mayor Manuel Zambrana, la máxima autoridad de la Policía Nacional en Bluefields. También para él ha sido una larga noche. Entrar en la casa no ha resultado sencillo, le ha tocado escuchar de todo.

—Dos o tres chavalos gritaban molestos cuando llegamos –me dirá Zambrana dos días después–, pero si usted averigua quiénes son, verá que son delincuentes con un rosario de antecedentes, con el mismo perfil de Pen-Pen.

Zambrana viene del hospital, de unas horas más tensas si cabe, pero quiere presentar sus condolencias a María, cumplir así el compromiso de visitarla, adquirido ante una de las hermanas del finado.

—Sentimos mucho lo que pasó –le dice Zambrana a María–. Aquí estamos, para ayudar en lo que podamos.

Esa ayuda se limitará a café y azúcar para la vela. Aprovecha el encuentro para explicarle la versión oficial de lo ocurrido. Le cuenta que, al verse emboscado, su hijo metió un balazo en la cabeza a un agente de la Policía Nacional, y que el compañero respondió al fuego con los cinco o seis disparos que acabaron con Pen-Pen. Serena, María responde que cree que su hijo presentía que iba a morir. La conversación es corta, y, apenas termina, Zambrana se despide con un abrazo y se retira de la casa.

En los próximos días la muerte de Pen-Pen estará en boca de todos.

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(Esta es la primera versión de la entrada de una crónica titulada La muerte de Pen-Pen, que se publicará en Sala Negra de El Faro la próxima semana)

Fotografía: Roberto Valencia


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