viernes, 12 de agosto de 2011

Don Tacho

Don Tacho se muere. A todos nos pasará alguna vez, y en este El Salvador tan descompuesto, parece hasta un lujo morir como se está muriendo don Tacho: de viejo, consumido y derrotado por el paso de los años.

Don Tacho es Anastasio Palma y nació en 1925, apenas cuatro años después de que el país celebrara el primer centenario de su independencia. Es el hermano menor de Eugenio Palma, un personaje entrañable de quien ya les hablaré otro día, y del que ahora nomás les contaré que es el bisabuelo al que mi hija Alejandra, a sus 18 meses, reconoce con una amplia sonrisa y hasta lo extraña a su manera, cuando pregunta por el “Eelo”.

Algo de la sangre de don Tacho corre pues por las venas de mi hija pero, por esas circunstancias que no se buscan pero que suceden, nunca he tenido la oportunidad de conocerlo mucho. Esta es una de las paradojas cuando uno se dedica a escribir crónica: uno se esfuerza en conocer a sus personajes tanto como sea posible, mientras que muchos familiares le son a uno auténticos desconocidos. De don Tacho apenas sé su edad, que nació en un humilde cantón del municipio de San Agustín (Usulután) llamado Nombre de Dios, que siempre vivió del y en el campo, que la guerra lo expulsó de su hogar, y que desde hace años vive en Berlín, siempre en Usulután, en casa de su nieta, dos bisnietas y un bisnieto.

Hoy me ha tocado mañanear para llevar a Eugenio hasta Berlín, un municipio que, si el tráfico está tranquilo, queda a una hora y tres cuartos de la capital salvadoreño. Es semana de vacaciones, y Eugenio quiere pasar unos días con su hermano, consciente como todos en la familia de que a don Tacho no le queda mucho. De agosto no pasa, dicen.

Al llegar, estaba tumbado sobre la cama y medio cubierto con una manta, delgado, amarillento, encanecido de tal manera que costaba creer que ese cabello desordenado tuvo alguna vez otro color. Al ver a su hermano mayor, don Tacho lo ha reconocido y ha ensayado sin mucho éxito una sonrisa. Se han dado la mano en silencio por unos segundos eternos. Y toda la habitación se ha llenado de una indescriptible sensación de amargura que me ha obligado a salir con eso que llaman un nudo en la garganta.

La muerte, incluso cuando llega de esta manera, siempre me genera inquietud.


Fuente: despuesdelamuerte.com

1 comentario:

  1. Me encanta, Roberto! Hermoso y doloroso homenaje. Un abrazo a tu familia.

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