jueves, 7 de junio de 2012

Un puente y 34 escalones

En mi post anterior comenté, al calor de mi cumpleaños, una de las ventajas que tiene el envejecimiento. Hoy agrego otra, esta vez en un plano estrictamente profesional: cuanto más se ha caminado en esto que Gabo calificó como el oficio más bello del mundo, mayor es el equipaje, y yo soy de esas personas a las que les gusta archivar-clasificar-guardar consciente de que, muchos años después, tiene su encanto mirar atrás y releerse.

Un día de estos, buscando cualquier otra cosa, di con el PDF de un pequeño reportaje publicado el 12 de agosto de 2003, hace casi nueve años. Lo firmamos Mayrene Zamora –compañera entonces en la sección Gran San Salvador, del diario salvadoreño La Prensa Gráfica– y yo, y lleva por título “Un puente y 34 escalones”. Con excepción de los reportajes que hice en 2002 sobre Gustavo Adolfo Parada, (a) El Directo, casi estoy convencido de que se trata del primer material medianamente elaborado que escribí sobre el fenómeno de las maras. Para esa época, aunque ya llevaba año y ficha en este que hoy es mi país, casi todo ese tiempo lo había pasado como editor de los suplementos regionales para las zonas oriental y occidental, primero en El Diario de Hoy y luego en La Prensa Gráfica.

El reportaje, publicado apenas tres semanas después de que el expresidente Francisco Flores se parara frente a un mural de la colonia IVU de San Salvador para lanzar el Plan Mano Dura, es superficial y hasta inocente, pero leerlo casi una década después me deja algunas sensaciones-reflexiones que comentaré más luego, cuando lo hayan leído, a ver si concuerdan conmigo.
Un puente y 34 escalones
Ésa es la distancia que separa dos ciudades, dos colonias... y dos pandillas.

La Divina Providencia de Cuscatancingo y San José de Mejicanos no están unidas sólo por un estrecho puente y por sus nombres de reminiscencias bíblicas. A estas dos colonias también les une el hecho de albergar grupos de mareros que se han “adueñado” del territorio, y que compiten con la pandilla rival por defenderlo. La MS controla en “Cusca”, mientras que la San José está dominada por la M 18.

No son las únicas ni las más peligrosas. Son sólo un ejemplo de lo que a diario se vive en decenas de colonias de Soyapango, San Martín, San Salvador... y representan lo que el Gobierno pretende frenar con el plan Mano Dura puesto en marcha hace ya 20 días.

Los múltiples testimonios recogidos para este reportaje se pueden resumir en tres pinceladas: existe un generalizado apoyo entre los vecinos al plan del presidente; los pandilleros lo rechazan y denuncian persecución policial y los residentes no se sienten amenazados por los mareros de su comunidad.

“Cárcel o cementerio”
Maura Ramírez reside desde hace 25 años en la Divina Providencia y sintetiza el sentir de muchos de sus vecinos: “He visto cómo han ido creciendo estos cipotes; a saber qué se les pasa por la cabeza para que se tatúen... porque saben que lo que les espera es la cárcel o el cementerio, y no piensan en el dolor que causan a sus familias”.

No se trata de una simple opinión. Son incontables los hechos violentos que se han dado en la zona. El último ocurrió el pasado miércoles, cuando los “salvatruchos” bajaron los 34 escalones y el puente para lanzar, a plena luz del día, tres granadas hechizas que hirieron a un anciano, a un menor y a un motorista que pasaba por la zona.

Julio Ramos, de 75 años de edad, recrimina la actitud de la mara Salvatrucha, “a los que les vale que haya niños y ancianos, y tiran grandes piedras y artefactos explosivos”. De sus vecinos no tiene tan mal concepto: “Son mara de pantalla; tengo años de vivir aquí y nunca he oído que hayan matado o robado en las casas”.

Arriba, en la Divina Providencia, los términos se invierten. Alejandro Ruiz, quien defiende la implantación del plan Mano Dura, señala: “Los ves pasar y que andan tatuados, pero, a pesar de que algunos dan miedo por su aspecto, nunca nos han hecho nada”.

¿Y qué dicen los pandilleros? Los dos consultados por LA PRENSA GRÁFICA, cada uno de una mara, aseguran “no meterse con nadie” y culpabilizan a “los otros” de la violencia. En lo que sí están de acuerdo es en denunciar brutalidad policial, “porque si no andas un documento te llevan y te dan duro”.

Distintas versiones para el mismo problema. Domingo Panameño, el septuagenario lesionado en el último hecho violento, concluye con pesimismo: “El plan ha sanado un poquito la situación, pero, si dejan de hacerlo, va a ser peor”.

Muy al estilo de lo que me tocaba escribir en esa época, el relato tenía su nota secundaria, su recuadro de datos y su par de citas, pero no he querido aburrirles tanto. En cuanto a las sensaciones-reflexiones…
  1. Lo primero, consignar lo verde que estaba en estas lides. Cientos de colegas lo siguen haciendo hoy día, pero llamar Mara 18 al Barrio 18 es un pecado capital. En el lugar equivocado y frente a la gente equivocada, un error así puede costarle la vida a uno.  
  2. En esa época, ejercer el periodismo en territorios controlados por las pandillas era mucho más sencillo; recuerdo que, para este reportaje, agarré un par de mañanas mi Daewoo Matiz y me fui solo a la zona, subí y bajé en repetidas ocasiones los 34 escalones, y hablé con quien quise y como quise, incluidos por supuesto los pandilleros. La evolución del fenómeno ha hecho que se pierda esa espontaneidad. Yo sigo llegando a zonas conflictivas (ayer mismo pasé la tarde en la quinta etapa de La Margaritas, en Soyapango), pero ahora uno siente que se la está jugando. Es distinto.  
  3. Las violaciones de los derechos humanos protagonizadas por los agentes de la Policía Nacional Civil parecen ser una actitud enquistada en la corporación desde su mismo nacimiento. Y sigue vigente…   
  4. En las declaraciones de los residentes no hay temor hacia la pandilla; hay perplejidad.  
  5. Hay una frase en apariencia intrascendente que, vista hoy, martillea: “Los residentes no se sienten amenazados por los mareros de su comunidad”. ¿Para qué entonces el manodurismo? El año 2002 cerró con un promedio de 5.9 homicidios diarios. Para 2011 estábamos ya en 12 asesinatos cada día. Creo que textos como este, a pesar de su ingenuidad, sirven para ilustrar lo equivocado que estuvo aplicar el manodurismo cuando se estaba a tiempo de recetar prevención y reinserción.  
  6. Una sociedad tan socialmente anestesiada como la salvadoreña se dejó imponer una receta que resultó peor que la misma enfermedad. Los periodistas nos dejamos engañar y, unos de forma activa y otros por mirar hacia otro lado, nos convertimos en cómplices de quienes llevaron este país al cadalso. Por eso hoy estamos como estamos…. 
 

2 comentarios:

  1. Definitivamente en ese tiempo estabas verde... jejejeje.

    Muy buenas reflexiones, sobre todo la primera, lo pensé cuando leía la nota. Algo tan trivial para algunos pero que como dices es de vida o muerte dependiendo del caso.

    Y si, es verdad que aun en estos días muchos periodistas aun no saben ciertas cosas "básicas" de las pandillas, y escriben como conocedores para bien o para mal, pero quienes si sabemos le restamos peso a su credibilidad, pues se nota que no investigaron antes, eso habla muy mal de un periodista creo. Como siempre, me gusto el tu articulo. Saludos.

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  2. Gracias, Erwin. Sigue pendiente la platicadita. Saludos desde acá...

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