jueves, 28 de noviembre de 2013

Autorretrato de Alejandra


En los últimos meses, cuatro o cinco veces me ha tocado ya recluirme solo en Villahán, un pueblito diminuto e ignoto de las anchuras castellanas. Aquí nacieron mi madre, mi abuela, mi bisabuelo... Aquí me encuentro ahora. Si un día entresemana de diciembre o enero, invierno boreal, fuera casa por casa y contara cuánta gente hay, creo que no llegaría hasta sesenta. El pueblito agoniza, como tantos y tantos en los campos infinitos de Castilla, pero la tranquilidad de la agonía no tiene precio cuando lo que se busca es eso: un remanso en el que poder escribir sin tanta interferencia, sin internet. 

Mi hija Alejandra cumplirá cuatro en enero, y su hermana Amerika nació hace tres semanas, pero llevo tres días alejado de ellas y de su madre, recluido solo en Villahán. Hoy es 26 de noviembre, un martes de vientos malditos y de temperaturas en torno a cero, gelidez apenas amortiguada por un estufa de butano marca Agni, quizá más vieja que yo. La mesa de madera, recia, está llena de papeles-carpetas-apuntes-guiones-dibujossalvatruchos. Hay también una vieja laptop Toshiba que compré en El Salvador hace casi un lustro y que no funciona si no está conectada a una toma y a un teclado. Está el teleobjetivo de mi cámara de fotos. Un vaso vacío. La funda de los lentes. Y en una esquina de la mesa, algo que cada vez que lo veo me saca una sonrisa. Es el autorretrato que Alejandra me regaló el sábado, cuando nos despedíamos. Lo miro y siento que me mira, que esa mirada me sigue cuando me levanto. Tan ella, sonriente y vital. Ayuda tanto. 

Foto Roberto Valencia

lunes, 25 de noviembre de 2013

Ellacurías


El jueves 16 de noviembre de 1989 el sacerdote jesuita José Ellacuría Beascoechea almorzó en el colegio que la Compañía de Jesús tiene en Indautxu, un barrio de Bilbao, en su País Vasco natal. Llevaba más de medio año instalado ahí, pero no porque él así lo hubiera buscado. Ocho meses antes, en marzo, el Gobierno de Taiwán lo había expulsado porque recelaba de su intensa labor pastoral en pro de la organización sindical de la clase obrera taiwanesa. José Ellacuría tenía 61 años, y más de la mitad, los más intensos y determinantes, los había vivido en aquella lejana isla que forjó su carácter. 

Después del almuerzo, pasadas las 2 de la tarde, José se retiró a su cuarto para preparar el pequeño maletín con el que viajaría a presidir unos ejercicios espirituales en el Pirineo, la cadena montañosa que separa la península ibérica del resto de Europa. A subirse iba en el carro cuando le dijeron que tenía una llamada urgente. Su primera reacción fue decir que no se la pasaran, pero le insistieron que era urgente. Tomó el teléfono, y al otro lado estaba su hermano Jesús Ellacuría, sacerdote también, quien sin mucho preámbulo le soltó que acababa de escuchar en la radio que en El Salvador habían asesinado al hermano de ambos, Ignacio Ellacuría, y a otros cinco jesuitas. 

José canceló su viaje. La primera preocupación de él y de Jesús fue ver cómo daban la noticia a su padre, Ildefonso Ellacuría, quien tenía 93 años y estaba encamado pero lúcido en Portugalete, a unos 15 kilómetros de Bilbao. Jesús vivía con él. “No le digas nada, que llego y se lo decimos juntos”. Jesús acató, pero como Ildefonso tenía un transistor junto a la cama, en un momento que se quedó solo lo encendió y por casualidad escuchó la noticia de la masacre ocurrida en el campus de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). José aún no había llegado a la casa familiar cuando Ildefonso llamó alarmado a Jesús y le contó lo que acababa de escuchar, creyendo que era él quien le estaba dando la noticia. 

Ildefonso falleció a los ocho días, el viernes 24 de noviembre de 1989; un día después la iglesia de Santa María, de Portugalete, acogió una multitudinaria misa-funeral. 
 
Fotografía cortesía José Ellacuría

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(Esta es una escena incluida en una larga entrevista a José Ellacuría, hermano de Ignacio Ellacuría, publicada el 15 de noviembre de 2013 en El Faro bajo el titular “Es necesario que hechos como la muerte de mi hermano no queden en la impunidad”)

sábado, 23 de noviembre de 2013

Encarcelados visita las cárceles salvadoreñas


Aparece un grupo de soldados encapuchados, una coaster azul estacionada y el muro exterior del penal de Mariona. Una sonora voz en off se impone sobre un fondo musical intrigante: “Vamos en busca de un español que se juega la vida todos los días. Vive amenazado desde hace 13 años. Le recogemos... en su refugio”.

Son las diez y media de la noche de un jueves de noviembre, horario de máxima audiencia, y en el televisor arranca un programa por el que desfilarán el Viejo Linx, docenas de pandilleros-lienzo rifando barrio y el omnipresente padre Toño. Un collage relativamente habitual en las pantallas desde que en marzo de 2012 inició la tregua entre las pandillas Barrio 18 y Mara Salvatrucha, pero con un matiz que en este caso lo relativiza todo. No estoy viendo esto en San Salvador sino en Vitoria-Gasteiz, la capital del País Vasco, y la cadena que lo emite no es Canal 12, TCS o Megavisión, sino laSexta, una de las más vistas de España.
Durante los próximos sesenta minutos, El Salvador más crudo se colará en los hogares de cientos de miles de españoles, quizá millones.

La sonora voz en off es la del periodista, un español bajito y barbado llamado Jalis de la Serna. Dice: “En El Salvador la vida vale muy poco. Se han llegado a producir hasta 4,500 homicidios anuales”.

—Tú imagínate una España de 40,000 asesinatos anuales. Sería una España... en guerra –dice el padre Toño, también español.

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Aclaración necesaria: laSexta comenzó a emitir en septiembre de 2013 Encarcelados, una serie de documentales que aspiraban a retratar las condiciones tercermundistas que sufren los ciudadanos españoles encerrados en cárceles latinoamericanas. Como me consta que no hay españoles en cárceles salvadoreñas, supuse que habían descartado nuestro país; de ahí la sorpresa este jueves al ver tanta cara conocida.

El Salvador es, lo dice la Organización de Estados Americanos (OEA), el país del continente con el sistema penitenciario más hacinado, y para que se escuchara el acento español en las cárceles, –y no traicionar por completo la aparente razón de ser del programa– se les ocurrió que los guías de los recintos visitados fueran españoles. El elegido para la visita al Centro Penitenciario de Cojutepeque fue el sacerdote pasionista Antonio Rodríguez, el padre Toño, quien trabaja desde hace más de una década entre pandilleros de la zona de la Montreal (Mejicanos), algo sabe del tema, y su gusto por las cámaras lo ha convertido en cicerone recurrente para los periodistas extranjeros que llegan al país unos días para grabar a pandilleros tatuados y luego pontificar sandeces sobre un problema tan complejo y enrevesado como lo es el de las maras.

Tras nueve emisiones, de Encarcelados se puede decir que es un show superficial y con un preocupante tufillo colonial. Entre sus principales virtudes, el hecho de haber metido las cámaras en lugares cuya crudeza solivianta al espectador primermundista –las cárceles latinoamericanas– y una craneada y reposada post-producción; las imágenes del programa que se está pasando este jueves 7 de noviembre se grabaron hace medio año.

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—Lo más importante es que veamos las condiciones de las cárceles, porque al final... las cárceles son la mejor radiografía que puede tener un país –dice el padre Toño.
Voz en off de De la Serna: “Nos disponemos a entrar en las prisiones de las maras, pandillas criminales custodiadas por el Ejército”.

Las cámaras entran en Cojutepeque; sin duda, el más duro de los penales que yo he conocido en Centroamérica. Una pocilga que ofrece nulas posibilidades de reinserción, hacinada hasta el surrealismo y en la que –si bien no se verán en este programa– hay verdaderas mazmorras, sin luz natural ni artificial. Para hacerse una idea de lo que estamos hablando, pueden ver esta galería gráfica que hace un año elaboró el fotoperiodista Pau Coll para la Sala Negra de El Faro.

Voz en off de De la Serna: “Nos reciben con su particular lenguaje de signos, que en un primer momento no sabemos descifrar”.

—Vamos a entrar en Cojutepeque, la cárcel de la Mara 18 –dice De la Serna ante una de las cámaras, repitiendo una vez más el error de llamar “Mara 18” a una agrupación delictiva cuyo nombre es Barrio 18, pandilla 18, Eighteen Street gang o simplemente la 18, pero nunca Mara 18–. Hace bastante calor y el olor es un poco... fuerte.
Voz en off de De la Serna: “Todos se deben a la Mara. Huyendo de la guerra, sus familias se instalaron en Los Ángeles. Y ellos, marginados y rechazados, encontraron allí otra guerra: la de la calle. Estados Unidos acabó deportándoles. Así... se extendió el terror... de las bandas callejeras”.
El listado de imprecisiones, falsedades y lugares comunes es interminable.
Voz en off de De la Serna: “Lo increíble es que es un español el que propicia desde la cárcel una tregua histórica. Aun a riesgo de su vida, este cura de Ciudad Real actúa de mediador entre las bandas callejeras más peligrosas del mundo”.

Dice: es un español el que propicia desde la cárcel una tregua histórica.

Se está refiriendo al padre Toño, quien durante el primer año fue uno de los más agresivos detractores de la tregua, iniciativa que calificó en repetidas ocasiones como “paz mafiosa”, pero que repentinamente giró 180 grados y en marzo de 2013 se convirtió en un defensor del proceso, tras el asesinato de Giovanni Morales (a) Destino, un activo de la Guanacos Locos de la Mara Salvatrucha que trabajaba para el Servicio Social Pasionista, la oenegé que el sacerdote español dirige.

Cuando hablan sobre la comida que les dan, un reo hace la gracia de decir que Aliprac, la empresa privada que suministra los alimentos a todos los privados de libertad en El Salvador, significa “Alimentos Pura Caca”, y De la Serna complementa en off que es propiedad “de la mujer del presidente de El Salvador, recibe 20 millones de dólares al año por alimentar a los presos”. Difama a Vanda Pignato, la esposa del presidente Mauricio Funes que nada tiene que ver con Aliprac, y tan ancho.

Voz en off de De la Serna: “Nos aventuramos a entrar hasta el fondo. El español (padre Toño) no duda. Quiere que lo grabemos todo. Que enseñemos al mundo lo que él considera una bomba de relojería”.

—No hay un solo espacio. No hay un solo hueco –dice ante cámaras De la Serna–. Esto está absolutamente atestado. Viven en unas condiciones absolutamente infrahumanas. Y es un olor muy fuerte. Es un olor como a azufre...
—(El Salvador) casi es un Estado mafioso –dice el padre Toño–. Cómo tratan a estas personas y cómo tratan a los privados de libertad. Esto es una de las violencias más grandes que hay...

Voz en off de De la Serna: “Resulta difícil creer que aquí un pandillero tiene alguna posibilidad de rehabilitarse”.

—Yo personalmente no tengo palabras –dice el padre Toño–. Estoy con ganas... hasta de llorar.

El programa da para mucho. Se muestran gravísimas violaciones de derechos humanos por parte del Estado salvadoreño, pero también carencias que están solo en el ojo de un europeo acomodado que evidentemente no se ha documentado sobre la realidad salvadoreña, como cuando ve unos guineos majonchos sancochados y, por no saber qué son, cree que son plátanos podridos.

—Vemos que esta persona que se está lavando los dientes no tiene un lavabo en el que lavarse –dice ante cámaras De la Serna en otro momento–, sino que coge agua de este pilón.
El programa apenas lleva veinte minutos. Falta ver una boda múltiple de pandilleros en el penal, una seudoentrevista con el Viejo Linx en la que el veterano pandillero termina mofándose del desconocimiento manifiesto de De la Serna, y sendas visitas complementarias al penal de San Vicente y al de mujeres de Ilopango. Pero el tono no variará.

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Un viajero incansable llamado Ryszard Kapuściński, periodista él, alguna vez dijo: “Intentar conocer otras civilizaciones y culturas con una visita de tres días o de una semana no sirve para nada”. La frase parece pensada para describir este producto televisivo llamado Encarcelados. Aunque quizá sea precisamente esto lo que los involucrados quieren. Para laSexta, los datos confirmarán mañana que de toda su parrilla este ha sido su segundo programa con mejor audiencia; más de un millón sescientos mil espectadores. El intrépido De la Serna será premiado en las redes sociales con piropos y aplausos a su valentía. El padre Toño obtiene valiosos minutos en primetime en su país natal, que le permitirán seguir siendo un referente a la hora de pedir fondos para su oenegé. Incluso los pandilleros logran ventilar a escala internacional sus demandas.

Pierde El Salvador, claro, que proyecta una imagen de tercermundismo y de republicabananera que costará neutralizar.

Y pierde el periodismo –el rigor, la ética–, pero... ¿a alguien le importa ya todo eso?

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Para sacar sus propias conclusiones, puede ver el programa sobre El Salvador de Encarcelados en este enlace.

(Vitoria-Gasteiz, Euskadi. Noviembre de 2013)




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(Este texto se publicó primero el 8 de noviembre de 2013, como bitácora de la Sala Negra de El Faro, también bajo el título 'Encarcelados visitas las cárceles salvadoreñas`)

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Decimoquinto comunicado de las pandillas


[Este comunicado lo suscriben las pandillas Mara Salvatrucha 13, Barrio 18, Mao-Mao, Mara Máquina y La Mirada Lokotes 13, los reos civiles que se han sumado al proceso. Respecto a los anteriores ha desaparecido del encabezado en el que aparecen los signatarios el colectivo de los Retirados, es decir, los pandilleros que han tenido problemas con sus respectivas pandillas. Este comunicado llega en plena campaña electoral para las presidenciales de febrero de 2014 y en una coyuntura con un fuerte repunte en los homicidios, que ha hecho que el número de asesinatos que se cometen cada día haya aumentado a 9-10 en las últimas semanas, el doble de lo que ha tenido en la mayoría de los meses de la tregua.]

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Los voceros nacionales de las pandillas MS-X3, Barrio 18, Mao-Mao, Máquina, Mirada Locos, Retirados y los privados y privadas de libertad de origen común al pueblo salvadoreño y demás pueblos del mundo hacemos saber:
 
Que han transcurrido 20 meses después del 9 de marzo de 2012, fecha en que dimos por iniciado el proceso de tregua y de paz en El Salvador, mismo que ha permitido que un poco más de 4,800 vidas de salvadoreños hayan dejado de perderse hasta la fecha e igual cantidad de madres no tuvieran que llorar la perdida de sus hijos, con lo cual ha quedado demostrado que un problema tan grave como el de la violencia social sí tiene solución. Siempre y cuando el proceso tenga como cimientos la buena voluntad de todos los actores sociales y del Estado para superarla y se cambien las formas de enfrentarlo y las soluciones al problema se asuman con visión de país. 

Todos se quejan hoy en día del incremento en los homicidios que se experimenta desde el mes de junio del corriente año, y como les resulta más fácil, a las pandillas nos atribuyen toda la responsabilidad; inclusive, hasta el periodismo amarillista que nunca dio cinco por este proceso y lo atacó con fiereza para destruirlo hoy es caja de resonancia de ese lamento. No sabemos si lo hacen con propósito de favorecer electoralmente a alguna de las opciones políticas en contienda. Lo que sí es cierto es que los que se expresaron en contra de este proceso y dijeron no creer en él hoy nos cuestionan y acusan de que estamos abandonando nuestro compromiso con la tregua, que nos estamos retirando de ella, que hay grupos que no la acatan, de tener problemas internos, y que por ello la situación se ha agravado y lo último y más absurdo: que hemos pactado con grupos políticos un incremento en los homicidios para los próximos meses; esto ya sobrepasa los niveles del sofismo y de nuestra tolerancia. Sabemos que todo esto tiene como base una tendencia compulsiva a la mentira de personas que, ante la incapacidad de reconocer sus propios errores, dicen cualquier cosa para justificarse y utilizan para sustentar sus rumores, fuentes que no tienen ni el más mínimo de credenciales de credibilidad. 

Sobradas veces hemos reiterado nuestra buena voluntad y el compromiso de la palabra que como caballeros asumimos con el país por medio de los facilitadores monseñor Fabio Colindres y Raúl Mijango el 9 de marzo de 2012 y que luego reiteramos al Secretario General de la OEA, José Miguel Insulza, en el mes de julio del mismo año. Incluso hasta ofrecimos a una nueva entrega voluntaria de armas para este próximo mes de diciembre y nadie nos tomó la palabra. 

La palabra y la buena voluntad comprometidas no han variado en lo más mínimo de nuestra parte; lo que sí ha variado de forma considerable es la actuación de algunos funcionarios quienes, en lugar de favorecer la continuidad del proceso, se han dado a la tarea de boicotearlo, han ignorado su compromiso con los actores locales de apoyar a los Municipios Libres de Violencia, mantienen fuerte acoso y desestabilización en los centros penales con medidas arbitrarias, han privilegiado el uso de la de la fuerza en lugar de la acción inteligente y por medio de “emisarios” se envían triples mensajes a los municipios y centros penales: unos de intimidación, otros de exclusión y ofrecimientos indecorosos que por lealtad al proceso no podemos aceptar. 

Nosotros no tenemos ninguno de los problemas que se nos achacan; lo que sí tenemos son problemas de comunicación, coordinación y deterioro de la credibilidad en el proceso por algunas de nuestras (bases), influenciados por el discurso y la actuación gubernamental; no obstante, estamos haciendo todo lo humanamente posible para crear mecanismos alternos de comunicación y coordinación para mantener vivo el proceso de paz y elevar la moral de nuestra bases en el sentido de generarles confianza en que un nuevo gobierno, con visión de país, sí tendrá la suficiente valentía moral de encarar como estadista la solución a este grave problema, solución de la cual como ya hemos ofrecido antes, también queremos ser parte. 

No nos corresponde a nosotros –porque no nos pagan para eso– pero en vista de que los encargados de hacerlo en lugar de generar confianza, tranquilidad y paz se han dado a la tarea de difundir falacias y rumores que generan zozobra, pánico, desesperación e intranquilidad en la ciudadanía ; ante tal situación aclaramos a toda la población salvadoreña que nada de lo que les han dicho en últimos días los titulares de seguridad es cierto. Las pandillas estamos más que firmes en nuestro compromiso y esperamos que muy pronto los mecanismos alternos que estamos creando tengan su efectividad y ello contribuya a la recuperación en la baja de homicidios a los niveles de los primeros 15 meses (5.5) o más si es posible, para asegurarle a toda la población el disfrute de una Navidad con paz y tranquilidad, y un evento eleccionario el próximo año, ordenado, seguro y en paz.

El Salvador, 18 de noviembre de 2013. 

Foto: Tomás Munita
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domingo, 10 de noviembre de 2013

Estrategias de venta (lástima)


El bus va medio vacío, lo habitual un lunes a las nueve y cuarto de la mañana. Yo lo he abordado hace un par de paradas, en la que está frente al mercado de las pulgas del bulevar de Los Héroes, y me he sentado en la parte trasera, cerca de la salida. Una manía que tiene razón de ser: cuando una de estas unidades va llena, se hacinan ochenta o noventa personas. Más de una vez tuve que resignarme y renunciar a bajar donde me correspondía porque una infranqueable muralla humana me separaba de la puerta de salida. Pero ahora, reitero, el bus va medio vacío, nadie parado en el pasillo. Al llegar a la parada de Metrocentro, la ubicada frente al Intercontinental, suben primero dosquetrés personas que pagan el pasaje y rápido ocupan un asiento; luego, el último, y después de rogarle al conductor, el Niño se arrastra pecho al suelo bajo el torno, con la maestría de quien lo ha hecho cientos de veces. 

En San Salvador, la capital de El Salvador, el transporte urbano lo gestionan empresarios o cooperativas. El Estado establece unas reglas mínimas –algunas se incumplen sistemáticamente–, concesiona las rutas, y luego, salvo escándalo mayúsculo, se limita a mirar el partido desde la grada. El resultado es un sistema de transportes caótico pero sorprendentemente efectivo. Caótico porque circulan verdaderas chatarras y porque el usuario es tratado como una mercancía. Y efectivo porque, mal que bien, cumple la función que le interesa al establishment: que cientos de miles de salvadoreños vayan cada día de la casa al trabajo y del trabajo a la casa por un precio módico: $0.20 o €0.15 por trayecto. El cómo apenas importa porque los buses son para el bajomundo, para ese 60-70% de la población que no puede elegir cómo movilizarse. Es una generalización y como tal encerrará sus excepciones, pero los buses urbanos los usan solo las personas cuyos hijos estudian en escuelas públicas y cuyos padres mueren en hospitales públicos. Porque en El Salvador parece que llevan años esforzándose –y lo han logrado– por dar a lo público una connotación de deficiente y caótico. Y el clasismo tan presente en la sociedad hace que en la conciencia colectiva ir al médico privado, tener a los hijos en colegios privados y tener un vehículo propio que permita alejarse de la chusma que va en los buses se interpreten como inequívocos síntomas de éxito social. 

Decía que el Niño acaba de subir en la parada de Metrocentro. En principio, esto no es nada extraño en Centroamérica. Cuando se pasa media hora dentro de un bus, lo raro es que no irrumpa un vendedor de caramelos-chocolatinas-agua-bolígrafos-y/o-llaveros, o un payaso triste, o un predicador-guitarrista-cantante pedigüeño, o un enfermo terminal, o un recién excarcelado o un ladrón con una .38 en la cintura. En este viejo Bluebird de la Ruta 44 ha subido el Niño. 

Tendrá unos 12 años. Su piel está requemada por el sol del Trópico. Viste sucio: una camisola verde militar y chores negros, y calza de esos zapatos playeros de plástico agujereados que tan de moda se han puesto en los últimos años. Pero lo que más singulariza al Niño es su mirada perdida, infiero que por el efecto de tanta pega olida. El Niño tiene la mirada de haber sido ya derrotado por la vida. Después de haberse arrastrado bajo el torno, ha recorrido el pasillo y ha querido entregar un papelito a cada pasajero. La mayoría ni siquiera se lo ha aceptado. Ni siquiera se ha atrevido a mirarlo. 

En el papelito, este texto: “POR ESTE MEDIO LES QUIERO SOLICITAR SU COLABORACIÓN PARA COMPRAR ALIMENTOS PARA MI FAMILIA. PUES SOMO DE ESCASOS RECURSOS. ¡!MUCHAS GRACIAS!!” 

Una joven esbelta y bella de unos 18 años, y que intuyo estudiante universitaria por los cuadernos que carga y porque este bus va rumbo a la Universidad Centroamericana, da cinco centavos al Niño. Otro pasajero sentado en la fila de atrás le entrega treinta centavos. Con esos $0.35 podría comprarse una pupusa. 

El Niño se baja antes de llegar al Monumento al Hermano Lejano, en una parada que hay poco después de la residencial Brisas de San Francisco. Yo aguanto un par de paradas más, hasta el Árbol de la Paz. Al bajar, pulso el botón REC de la grabadora digital que intento llevar siempre encima, y todo lo que acabo de ver termina convertido en un archivo de audio.
Pasará casi medio año hasta que lo escuche. Lo haré en la biblioteca pública del barrio de Zaramaga, en Vitoria-Gasteiz, en la opulenta Europa. Allá, en el primermundismo, parecen no percatarse entre tanto autofustigamiento impostado, pero los niños de 12 años todavía juegan. 

Fotografía Roberto Valencia
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(Este texto se publicó primero el 31 de octubre de 2013 en Bajomundo, mi blog de la revista Frontera D, bajo el título "El Niño sucio, la sucia sociedad")
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