viernes, 29 de abril de 2016

Ponga un Humvee en su comunidad


Foto Víctor Peña (El Faro)
¿Alguien en el gabinete de seguridad cree en serio que el fenómeno de las maras se combate con Humvees y helicópteros artillados? Y si no lo creen, ¿para qué montan espectáculos como el del martes en el reparto La Campanera de Soyapango? El Gobierno despejó el punto de buses de la Ruta 49, al final de la estigmatizada colonia, y lo cubrió con camiones de transporte militar, helicópteros artillados, Humvees ídem, cientos de uniformados, ennavaronados o maquillados para la guerra, fusiles de asalto… ¿Por qué? ¿Para dar gusto a camarógrafos, a escribientes y a sus audiencias?

La Fuerza de Intervención y Recuperación Territorial (FIRT) quieren vendérnosla como una nueva y –esta vez sí– eficaz solución, pero conviene recordar que no es la primera vez que el FMLN militariza el reparto La Campanera ni la primera que nos aseguran que después habrá un desembarco de balsámicos servicios sociales. A inicios de 2010, cientos de militares tomaron la colonia como base durante meses, 24/7, para tratar de aplastar manu militari el maléfico control de la pandilla 18. Lo recuerdo con cristalinidad porque en aquella época estuve subiendo al reparto para reportear durante semanas, reporteo que cuajó en una crónica titulada Vivir en La Campanera.

Entre lo mucho y bueno que me dejó aquella cobertura está haber conocido a Alejandro Gutman, presidente de la entonces Fundación Fútbol Forever, rebautizada después como Forever, sin fútbol.

Justo ahora, un miércoles de un abril de seis años después, viajo en carro con Gutman por una calle inhóspita del área rural de Panchimalco. El show de los Humvees en La Campanera fue ayer y, como él conoce la colonia como la palma de su mano, aprovecho.

—La represión –responde Gutman– es la estrategia que han usado todos los gobiernos desde que empecé a trabajar en el país, hace 12 años. 
—Ayer llevaron Humvees y helicópteros artillados.
—¿Qué te voy a decir? Yo preferiría que en lugar de tanques de guerra, llevaran a médicos, profesores, psicólogos, estudiantes universitarios, artistas, profesionales…
—¿La Campanera está abandonada?
—Absolutamente aislada. El Estado y la mitad de la sociedad que vive más o menos bien han abandonado las comunidades empobrecidas, pero dentro de ese abandono hay comunidades y comunidades. La Campanera está en el ostracismo; su escuela, por ejemplo. Hay que entender esa comunidad, conocerla, para darse cuenta de sus necesidades, pero también de la riqueza de su gente. Porque se necesita entereza, dignidad y sabiduría para vivir en un entorno así y salir a trabajar con una sonrisa cada día, después de tanto olvido y tanta dejadez. Conocer a esa gente enriquece. Yo el otro día llevé al presidente del Banco Agrícola para que conociera, habló con unos y otros, y quedó enamorado, transformado. Otro día llevó al presidente de la CEL y quedó entusiasmadísimo.
—Pobreza, exclusión y olvido. De acuerdo, pero también está la pandilla, Alejandro, que lo agrava todo. Un padre de La Campanera no puede enviar a su hijo a estudiar en Las Margaritas, porque ahí controla la MS-13.
—Los territorios están bien marcados, sí.
—Suena legítimo que el Estado quiera retomar el control. Suena urgente.
—Si no hay paz, es muy difícil construir... eso así es. Pero incluso en épocas como esta también se puede construir, y las demostraciones son clarísimas. Universidades, escuelas y empresa privada trabajan con nosotros por una cultura de la integración desde hace años. A Forever los pandilleros nos dejan trabajar, quizá porque saben que lo nuestro es transparente. No se entrometen. ¿Y por qué? Porque un pandillero, por más comprometido con su causa que esté, tiene hermanos, hermanas, hijos… Nosotros acabamos de inaugurar una casa de la integración en la colonia Santa Eduviges, un espacio para la comunidad. ¿Quién va a estar en contra de eso?
—Pero el punto de partida es anómalo. Que un grupo de pandilleros tenga que avalar...
—Es anómalo, sí, pero esa es la situación del país hoy. No se puede entrar en las comunidades sin avisar. Eso así es. Pero siendo así, reitero, siempre se puede trabajar por las comunidades, y casi nadie quiere hacerlo. Ojalá no existiera ese control de las pandillas en La Campanera, pero lo que no se vale es que unos y otros se agarren a eso para no hacer nada. No se puede llegar un día con las cámaras de televisión a pintar la escuela o a reglar pelotas y luego desaparecer. Así no se puede.

Hace una hora Gutman hablaba ante unos 200 estudiantes del Complejo Educativo Cantón San Isidro, de octavo y noveno grado, y de primer y segundo año de bachillerato. La escuela está a 45 minutos en 4x4 de la capital, pero el entorno es la ruralidad en estado puro; aquí hay menos señal de telefonía que en un penal. Números gruesos, ese centro habrá graduado a unos 600 bachilleres en la última década, y bastarían los dedos de las manos para enumerar los que han terminado una carrera universitaria. Los otros 590 estarán trabajando a cambio de un salario de subsistencia, o cultivando para comer y poco más, o habrán migrado al Norte, o se habrán brincado en una pandilla, que en Panchimalco hay mucha oferta.

—La carta de presentación del actual gobierno es el manodurismo puro y duro –digo.
—De cuestiones de seguridad pública no opino porque no sé; yo no sé si llevar tanques a La Campanera será bueno o no. Pero desde hace una década convivo en diferentes ámbitos de la sociedad, me he sentado a platicar con pandilleros, con empresarios y con ministros, y creo que esa experiencia acumulada me da el suficiente conocimiento como para decir que lo prioritario en las comunidades es reforzar las escuelas, los espacios públicos, las unidades de salud… porque en verdad están muy debilitadas. Y se puede… ¡claro que se puede entrar y construir! Pero hay que meterse a trabajar y no ir una mañana nomás, con demagogia, o ir solo con los tanques.
—¿Qué podemos o debemos exigir al Estado?
—Ojalá su papel fuera más importante, porque la presencia del Estado en las comunidades donde vive el 50 % más empobrecido de la sociedad es mínima. Por eso tenemos la situación que tenemos, porque el Estado piensa solo para una mitad. Yo aspiraría a que los gobernantes hagan lo que tienen que hacer, pero no le tengo mucha fe. Los políticos, aquí y en toda Latinoamérica, viven peleándose por cuotas de poder, y lo que menos les interesa es cómo vive el pueblo.
—Alejandro, ¿por qué la pandilla aún es una opción de vida atractiva para cientos de cientos salvadoreños?
—En una pared de la Santa Eduviges tenemos escrita una frase que dice algo así: un hombre invisibilizado es muy probable que termine creyéndoselo. Es algo terrible. Porque el ser humano al que la sociedad, el Estado y hasta su familia lo han hecho sentirse invisible puede que se lo crea y empiece a actuar sin límites. Si vos sentís que no sos ni de aquí ni de allá, si no has sentido amor ni entrega ni tenés objetivos en la vida, si la familia ni la escuela te pueden contener... la pandilla te ofrece ciertas tentaciones, da reconocimiento, estatus, te da una familia.


Helicópteros artillados, Humvees ídem, cientos de uniformados ennavaronados o maquillados para la guerra, fusiles de asalto… En el noticiero y en la portada del periódico todo eso luce, pero no parecen ser los instrumentos adecuados para que el niño de 12 o 13 años de la comunidad empobrecida quiera convertirse en el próximo pandillero.

—La implosión que ocurre en las familias es la explosión que ocurre en la sociedad –sentencia Gutman.

sábado, 23 de abril de 2016

El ‘manodurismo’ (contado por un marero)

Hace poco tuve la oportunidad de platicar largo con un veterano pandillero al que llamaré Maicol. Cuarentón ya, Maicol durante más de una década fue el palabrero de una de las clicas más activas de su pandilla. Y lo fue desde la cárcel. Cayó preso recién comenzado el siglo y cumplió su condena en plena Tregua; es decir, vivió la evolución del fenómeno desde primera fila. Hoy es un peseta, alguien que ha renegado de su barrio, un traidor que tiene prendida –él y su familia– la luz verde. Una fuente privilegiada.
Hablamos sobre varios temas, pero en este artículo me ceñiré a sus reflexiones sobre el manodurismo, la receta que el finado Francisco Flores se sacó de la manga en el tramo final de su quinquenio.
—Los gobiernos siempre dicen que dan soluciones, pero esas soluciones solo sirvieron para hacer crecer todo –me dijo–. Comenzaron con lo de la Mano Dura...
A Maicol se le escapó una sonora sonrisa sarcástica.
—El Gobierno, según ellos, ¿va?, pensó: agarremos a estos hijosdeputa, ¿va? Agarremos a 20, a 50, 60, 200… metámoslos al tavo y hagamos un penal solo para ellos. ¿Y qué pasó? Nos unieron, crearon las ranflas, nos dieron un lugar para planear…
El Plan Mano Dura se lanzó el 23 de julio de 2003, con una hollywoodense puesta en escena en la colonia Dina de la capital, literalmente ocupada por el Ejército y la Policía para que el presidente Francisco Flores pudiera interpretar su papel de defensor de los ‘ciudadanos honrados’.
Paco Sonsonate 580
Foto Yuri Cortez (AFP).
Faltaba poco más de medio año para las elecciones presidenciales de marzo de 2004 y, apenas cuatro meses antes, en las legislativas de marzo, el FMLN se había convertido por primera vez en la fuerza más votada de El Salvador. Las maras eran ya un problema creciente de seguridad pública, con una guerra a muerte abierta entre ellas que generaba docenas de muertos cada año, pero nada que ver con lo que son en la actualidad, un problema de seguridad nacional, capaces de instaurar fronteras internas. Otro detalle importante: las cifras de asesinatos en 2002 y 2003 fueron las más bajas desde la firma de los Acuerdos de Paz, con tasas de homicidios incluso inferiores a las que el país tuvo durante la Tregua.
En ese contexto se apostó por el manodurismo y se vendió a la sociedad como la receta idónea. La improvisada y electorera apuesta se hizo con bombo y platillo, sobredosis de propaganda gubernamental, y la connivencia de una prensa narcotizada con los operativos tumbapuertas, los gorros navarone y los fusiles AR-15, y las presentaciones de picachadas de tatuados un día sí y otro también.
—El Gobierno solidificó las pandillas, ¿mentendés? –me dijo Maicol–. La Mano Dura, en vez de a acabar con el problema, sirvió para organizarnos.
La primera gran mutación del fenómeno de las maras (creación de estructuras de mando nacionales en las cárceles, apuesta por la renta como fuente de financiamiento, renuncia al tatuaje como elemento de jerarquía, férreo control de las canchas, ruptura paulatina con la idolatría al bajado de Estados Unidos,…) tiene lugar en los meses de apogeo delmanodurismo, entre 2003 y 2006.
—Y después, cuando ya estábamos organizados, nos hicieron políticos. Ellos nos hicieron políticos, ¿mentendés? –me dijo Maicol–. Ellos secretamente llegaban a los penales antes de cada elección y buscaban a nuestros líderes para decirles: cuando nosotros ganemos, van a cambiar ciertas cosas; no les vamos a dar todo, pero vamos a aflojar un poco la pita, y aquí y todo eso. Te estoy hablando que ciertos diputados tienen algo que ver en el crecimiento de las pandillas.
—¿Diputados de ARENA?
—¡De todos los partidos! Para la primera victoria del FMLN, nos reunieron en los tavos. Te estoy hablando de pláticas con diputados. Y nos pidieron que habláramos con nuestras familias para pedirles que votaran por el FMLN. Iba a haber beneficios, y nos los mencionaron y todo: que a la mayoría nos iban a dar las dos terceras partes o la media pena, para salir libres, o que iban a cerrar el penal de Zacatraz, o que si no lo cerraban, lo iban a dejar como los otros penales, que pudieras tocar a tu visita, tener contacto, íntima… Y se hizo: cada pandillero habló con su familia, y algunos hasta con civiles hablaron. Date cuenta de todos los presos a nivel nacional, y en todos los penales anduvieron; que cada quien tenga dos o tres familiares que votaron por el FMLN… esos votos hicieron ganar a Funes.
La entrevista con Maicol la mantuve algunos días antes de que El Faro publicara el video en el que se escucha a Ernesto Muyshondt –en nombre de ARENA– realizar para las presidenciales de 2014 ofrecimientos similares a voceros de la Mara Salvatrucha y de las dos facciones del Barrio 18.
—Te estoy hablando de que ellos, el Gobierno, siempre han tenido el poder para acabar con todo, pero nunca lo han querido hacer –me dijo Maicol.
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